Reafirman gráficos su fe y devoción guadalupana

Integrantes de la unión de Obreros de Artes Gráficas de los Talleres Comerciales, Similares y Conexos (UOAG), acompañados de sus esposas, hijos, hermanos y padres refrendaron su fe y devoción hacia la Virgen de Guadalupe con la tradicional peregrinación a la Basílica del Tepeyac.

Como ocurre año con años, los trabajadores de los diferentes talleres adheridos a la UOAG se concentraron en la Glorieta de Peralvillo, en la capital de la República, para iniciar a partir de las cinco de la tarde su recomido por la Calzada de Guadalupe hasta la casa de la Morenita del Tepeyac.

El trayecto fue encabezado por el secretario general de la Unión, José Luis Nicolás Luna Espejel y su comité ejecutivo quienes vigilan que la peregrinación transcurra sin incidentes a lo largo de ocho kilómetros, que ocupan casi una hora y media de caminata.

Las alabanzas y los rezos se combinan con las peticiones, suplicas y juramentos a la Reina de México, a quien se la agradece por la vida, el trabajo, la salud, la vivienda, el alimento diario; el buen comportamiento de los hijos y sus mejores calificaciones; la llegada de un nuevo miembro a la familia y el gozar de la presencia de nuestros padres, así como el perdón de nuestros pecados, eludir la tentación y librarnos de todo mal.

En el contingente los niños ponen la algarabía, las mujeres los rezos y los hombres soportan en los brazos los arreglos florales que serán ofrendados a la Señora de Tepeyac. Al final de la calzada, en la entrada de la Basílica, los gráficos son recibidos por el párroco quien los alienta a permanecer en la fe católica mientras los rocía con agua bendita.

Con toda solemnidad, los trabajadores ingresan a la Basílica; ahí, en punto de las siete de la noche se oficia una misa para agradecer un año más de vida y por los frutos logrados por el sindicato en general y los trabajadores en particular.

En el grupo se siente el fervor y la emoción de estar cara a cara con la Virgen del Tepeyac, escuchar la liturgia y orar por ser mejores hombres y mujeres, perdonar a quienes nos ofenden y alcanzar nuevas metas en la vida.

La Virgen de Guadalupe, como figura central en el culto, es vista como una intermediaria entre lo divino y lo mundano, ofreciendo consuelo, protección y esperanza. Las manifestaciones de fe, como las peregrinaciones, “mandas” y ofrendas, son expresiones de un compromiso personal y comunitario con lo sagrado. Estos actos son más que rituales religiosos; son testimonios de una fe viva y dinámica que se adapta a las realidades contemporáneas.

El culto a la Virgen de Guadalupe en México es un fenómeno complejo que encapsula temas de identidad, resistencia cultural, sincretismo religioso y expresión espiritual, a través de él, los creyentes no solo mantienen viva una tradición religiosa, sino que también afirman su identidad cultural y espiritual en un mundo globalizado y en constante cambio.

Guadalupe o Tonantzin ha sido en nuestra historia el más fuerte polo de atracción y fuente de inspiración e identidad que se vislumbra en el significado que ha tenido, en catástrofes, hambrunas, pestes, inundaciones durante el periodo de conquista, y el papel predominante que jugó a lo largo del movimiento independentista y el revolucionario, pues además de ser estandarte para el cura Hidalgo en su marcha hacia la liberación del pueblo, Agustín de Iturbide en su condición de emperador del Anáhuac, acudió en 1821 al Tepeyac y rodeado por los principales jefes del Ejército Trigarante, la declaró Patrona de la Nación. Mientras que en 1859 el gobierno liberal reconoció su significado e importancia social y el propio Benito Juárez firmó el decreto que autorizaba la celebración del 12 de diciembre.

De acuerdo con la historia, María, la madre de Jesús se apareció en cuatro ocasiones al indígena chichimeca Juan Diego Cuauhtlatoatzin en el cerro del Tepeyac, y en una ocasión a Juan Bernardino, tío de Juan Diego.

El relato guadalupano conocido como Nican mopohua narra que, tras la primera aparición, la Virgen ordenó a Juan Diego que se presentara ante el primer obispo de México, Juan de Zumárraga, para decirle que le erigieran un templo. Ante el escepticismo de Juan de Zumárraga pidió una prueba a Juan Diego. En la última aparición de la Virgen y por orden suya, Juan Diego llevó en su ayate unas flores que cortó en el Tepeyac, se dirigió al palacio del obispado y desplegó su tilma ante el obispo Juan de Zumárraga, dejando al descubierto la imagen de la Virgen María, cuyos rasgos han sido interpretados como "mestizos".

Cabe recordar que, desde la época prehispánica, el Tepeyac había sido un centro de devoción religiosa para los habitantes del valle de México En esta eminencia geográfica localizada en lo que fuera la ribera occidental del lago de Texcoco se encontraba el santuario más importante de la divinidad náhuatl de la tierra y la fertilidad. Esta diosa era llamada Coatlicue (cóatl-cuéitl, ‘señora de la falda de serpientes’, en náhuatl), que por otros nombres también fue conocida como Teteoinan (téotl-nan, ‘dios madre’, o madre de los dioses, en náhuatl), Toci o Tonantzin (to-nan-tzin, ‘nuestra adorable madrecita’, en náhuatl), nombre que le fue dado posteriormente por los indígenas.

De acuerdo con Antonio Valeriano, autor del Nican Mopohua, texto hagiográfico publicado en el siglo XVII, el lugar en donde se veneraba a Tonantzin era conocido como "Tonantzintla" el cual fue traducido como "lugar de nuestra madrecita".

A lo largo de nuestra historia, los intelectuales han debatido el papel jugado por Tonantzin en la cristianización de los nativos, pues no queda claro si los conquistadores españoles utilizaron el culto a Tonantzin como base para desarrollar el culto a la Virgen de Guadalupe o si los indígenas camuflaron su culto a Tonantzin adorando a Guadalupe. Sin embargo, hay personas que utilizan Tonantzin como sinónimo de la Virgen de Guadalupe y el culto sigue siendo practicado en México.